Mi primera vez

Yo tenía una polola. A mis 21 años pensaba que algún día nos íbamos a casar. Un día ella decidió que yo era “demasiado tradicional” para ella (ahora está casada con el paradigma de lo tradicional) y terminamos.Terminó.

Yo era un joven estudiante. En mi tercer año de universidad no tenía mayores preocupaciones. Estudiaba y carreteaba, a veces iba a trabajos y otro tipo de apostolados varios. Me iba bien y disfrutaba sin muchas inquietudes.Y entonces me terminaron.

Yo estaba viviendo la glorioso juventud. Esta es la imagen: 21 años, atractivo, buen curriculum, buen partido… y soltero. Mi soltería coincidió con la de mis mejores amigos, era cosa de tiempo para que empezáramos a salir firme y parejo. Los martes y jueves éramos imparables. Harto besuqueo y manoseo de una noche, hartas chiquillas de forma discontinua. Hartos antros del sector oriente de la capital y muchas piscolas Capel (el lujo del Alto del Carmen vino con los años). Sin embargo, a los 3 meses la rutina me empezó a aburrir. Con mi polola nos habíamos iniciado sexualmente, por lo tanto pasar de una vida activa a unos besos de cuando en vez no era suficiente.

Fue así como llegamos a mi primera vez. Yo tenía una polola, era un joven estudiante y estaba viviendo la gloriosa juventud. Hasta aquí nada fuero de lo común, pero hay algo que no he contado.

Yo frecuentaba una página que era un chat gay. Ni me acuerdo cómo llegue, pero cuando la descubrí empecé a meterme de manera regular. Nunca aguantaba mucho rato, me daba sustos, rechazo, nervio. Pero la duda podía más y siempre volvía. Como la curiosidad mató al gato, en esas conversaciones empecé a conocer a gente que, para mi sorpresa, eran muy parecidos a mí. O al menos así sonaban. Manejábamos el mismo lenguaje, los mismos códigos. compartíamos la idiosincrasia acomodada de este país. Frecuentábamos los mismos balnearios, las mismas ligas de fútbol, las mismas dicoteques. Si bien era más difícil que encontrar una aguja en un pajar, ahí, a través de una pantalla, conversaba con sujetos con lo que me identificaba.

Yo me junté con uno de esos sujetos. Después de converar un tiempo por messenger, obviamente con una cuenta falsa para no revelar mi identidad, el muchacho en cuestión me dio su celular. Él tenía 25, ya había experimentado antes y era un poco más relajado al momento de compartir información. Yo jamás revelé nada que pudiera dejarme al descubierto. Una noche, después de ir a una discoteque en la plaza San Enrique, lo llamé.

Yo estaba borracho. La embriaguez no es excusa sino sólo valentía. Personalidad en litros. Recuerdo todo a pesar de los años. El nervio, el dolor de guata, la intriga. Nos juntamos en un punto intermedio entre nuestras casas, dejó su auto y se subió al mío. Fuimos a un mirador, al mismo que iba con mi polola. De alguna forma sentí que la estaba traicionando pero me dio lo mismo. Pusimos música, nos tomamos una piscola de esas playeras sin hielo y cabezonas. La conversación y mi cuerpo se fueron relajando, dejados atrás el miedo me atreví y dimos un paso más allá. De los besos pasamos a los manoseos, de los manoseos a sacarnos la ropa. Me hicieron el mejor sexo oral que me habían hecho en mi vida, claro, sólo podía compararlo con mi polola, y a ella no le gustaba mucho, pero estaba a años luz la mejoría. Traté de retribuirlo pero mis dientos no estaban acostumbrados.

Lo dejé en su auto y me fui a mi casa. Llegué y me di asco, me duché a las 530 am y me dormí. Le debo la culpa a mi formación, me demoré una semana en sentirme mejor. Confieso en todo caso que moralmente soy liviano y permisivo, me cuesta escandalizarme. Como con los zapatos nuevos, esto era como una deformación en el zapato al que mi pie se tenía que volver acostumbrar.

Después de eso pasó mucho tiempo antes de repetir, creo que dos años. Entremedio pololié con otra, pero como la curiosidad mató el gato, un hormonal día de verano recaí en ese chat. De ahí seguí conociendo weones, cada día me sorprendía más cuántos éramos en la misma situación. Tenía todo bajo control y disociado, las reglas estaban claras: podía darme la libertad de agarrarme weones en acto únicamente carnal y pololear con mujeres, mezclando el sexo con los afectos. El mundo tenía sentido y todo funcionaba bien. Así estuve hasta los 26. Experimenté y probé muchas cosas, siempre responsable, y nunca me ocasionó un problema. Nadie lo sabía, porque a nadie le importaba.

Entre los 21 y los 30 pasaron muchas cosas: me titulé, pololié, viaje, me puse a trabajar, cambié mi auto, maduré, mis amigos y mi ex pololas se casaron. El ciclo de la vida. Cumplí con cada una de las metas que me inculcaron en el colegio. Me ensañaron a ser un hombre exitoso, pero hubo algo que nadie me enseñó. Todavía nadie lo sabe, pero a diferencia de antaño, ahora sí me importó. A los 26, inesperadamente, me enamoré de un weón.

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